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giovedì 28 maggio 2015

Evaluando la Competencia Digital: enseñar y ser enseñados

Cómo se puede evaluar a alumnos que no quieren ser competentes digitales? Yo empezaría con distinguir enseñar de ser enseñados. No me acuerdo bien, pero acabo de leer un tweet de @mariaacaso que promueve el aprendizaje activo y reza algo así: no te sientas esperando a que te enseñen, aprende activamente!
Pues esta actitud tan dañina (esperar la sopa boba) está más presente en aprendices adultos que en estudiantes jóvenes, porque los primeros ya tienen un background, una mochila pesada, llena de profesores, métodos, didácticas, éxamenes superados, técnicas mnemónicas etc. Repito: a mi juicio la actitud del aprendiz es fundamental para poder evaluar su aprendizaje. Antes de hablar de evaluación hay que reflexionar sobre el aprendizaje porque van de la mano. Las cuestiones sobre qué evaluar y cómo se sustentan en otras más relevantes que son: a quién evaluar y por qué evaluar. Evidentemente, yo profesora tengo que ceñirme a un currículo (el de las enseñanza de idiomas) a una programación didáctica de departamento, a una programación de aula. Luego entran en juego ellos, mis alumnos, todos adultos. Y resulta que no han venido a clase para que yo les cuente el contenido de la programación ni para sacarse un certificado de competencia en el idioma (algunos solo vienen a entretenerse, estudian el idioma por placer, vienen a adquirir una competencia pero les da igual obtener o no un título) sino que cada uno tiene unas necesidades específicas (quiero aprender a hablar con mis primos, quiero mejorar la producción escrita, quiero leer libros de arte, quiero escuchar y entender la ópera, quiero ligar en la playa, quiero hacer unas prácticas de arqueología en Italia...) y por consiguiente, unos objetivos de aprendizaje distintos. Pues bien, yo les confecciono unas clases en las que intento dar cabida a la mayoría de necesidades (gracias a la evaluación de diagnóstico) pero lo que no puedo controlar son sus referentes, sus métodos y técnicas de aprendizaje, sus preferencias y rutinas de adquisición del léxico, sus pautas de reflexión y recogida de apuntes. De todo eso depende de si aprueban mi manera de enseñar o, al contrario, quisieran "ser enseñados" de otra forma, con dictados, sin libro de texto que no sirve para nada (los ejercicio del final esos sí), y con un libro de gramática de base para poder abarcar el idioma globalmente, sistematizándolo antes siquiera de haberlo "usado": todo esto me dijeron ayer.
Parece que no tiene nada que ver con la evaluación pero es fundamental saber de qué bases parte el alumno para no fallar el objetivo. Cuál es el objetivo? Que la mayoría aprenda y apruebe. De la mejor manera posible, a poder ser de la manera más efectiva. Efectiva para quién? No existe la mayoría. Existen individualidades, islas, microcosmos. Los estándares de evaluación meten a todos en el mismo saco, os acordáis de ese chiste en el que se pide a varios animales que superen la prueba de subirse a un árbol?

Mis estudiantes adultos son como una rana, un chimpancé, un ratón y un elefante. Voy a enseñarles a todos de la misma manera? Aprenden ellos de la misma manera? Les tengo que evaluar con los mismos criterios? Yo  - y Gardner - creemos que no. Afortunadamente hay más de una tipología de evaluación, la sumativa, la formativa, la de aprovechamiento, la de diagnóstico, la de progreso, la de certificación, la coevaluación, la autoevaluación... Pero mi duda pesca en aguas más profundas y se queda con la relación entre profesor y estudiante. Existe un pacto implícito, o por lo menos debería haberlo, entre quien enseña y quien aprende. Un pacto de consenso: yo apruebo lo que me quieres enseñar y cómo me lo quieres enseñar y prometo a mí mismo que me esforzaré. Habría que explicitar ese pacto, no se tiene que quedar en el limbo (te has apuntado a este curso y deduzco que quieres aprender lo que yo diga), es tarea del profesor sacar a la luz las necesidades del aprendiz para que ambos reflexionen sobre la mejor manera de llevar a cabo el proceso de enseñanza/aprendizaje. El mes pasado, en una charla en las Jornadas Tic de Las Acacias, asistí a la presentación de una profesora que hacía firmar un contrato de Aprendizaje a sus alumnos!! Les ponía en la condición de aclararse sobre sus objetivos y los instrumentos para alcanzarlos. De hecho, si no hay pacto no puede haber evaluación. Las cosas claras desde el principio: quieres aprender X? Te lo enseño de esta manera. Estás de acuerdo? Sí! Pues las condiciones son las siguientes: tienes que alcanzar X competencias. Y te evalúo de esta manera y con estos criterios (y aquí entran en juego las rúbricas, un instrumento inmejorable para que los criterios sean transparentes).
Yo al principio de curso me presenté a mis alumnos, presenté el libro de texto (por cierto, solo al final del curso me dijeron que no les había gustado nada), les expliqué en qué consistían las clases, que habría exámenes de progreso y de aprovechamiento cada X tiempo, cuales eran los objetivos didácticos a alcanzar y que me gustaba usar las TIC para enseñar. Cómo evalúo la competencia digital de mis estudiantes si no estaba en el pacto? Yo les animaba a que participasen en el blog y les confeccionaba actividades de aprendizaje en las que tuvieran que  publicar online pero se negaban a dar la cara en la red ("cuando alguna página me pedía que me registrara, cerraba todo", me dijo una alumna en una charla informal sobre las andaduras del curso), no tenían identidad digital o no les interesaba hacérsela. Es un pez que se muerde la cola: si un contenido (la CD) no está en el currículo de las EEOOII cómo evalúo algo que mis alumnos saben que no están obligados a dominar?
Es la paradoja de la evaluación: debe haber consenso, como en los gobiernos.

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